Old habits die hard, dice el dicho.
De pequeña adquirí ciertas habilidades que me ayudaron a sobrevivir durante algunos años duros: aprendí a compartimentalizar como una campeona. Tengo mil facetas y ninguna se toca. Sabia guardar en secreto lo que escuchaba de mi mamá, de mi papá, en la casa de ambos abuelos... tengo un filtro que podría cotizar en bolsa. En los últimos años aprendí a dejar que se mezcle un poco todo, porque la verdad es que inevitablemente todo intersecta en algun momento.
Aprendí, ademas a sobrellevar la distancia de los afectos. Mi papá vivía lejos, mis tios vivían lejos, mis abuelos vivian lejos: los pasajes de avión eran caros y las visitas escasas, pero a cambio de eso viví en un lugar hermoso y tuve una infancia feliz. Para amigarme con la ausencia escribía poemas, construí mundos de fantasía y viajé en miles de libros. Me soñé distinta y aventurera, libre. Recién ahora, despues de muchos años, me doy cuenta que perdí esa parte. No me acuerdo como acceder a ese mecanismo de defensa y la distancia y la ausencia me atraviesan como una lanza directa al corazón. Lloro lágrimas que no lloré nunca y es una sensación rara, me desconozco en esta especie de debilidad, pero a la vez me alegra tanto estar liviana de armaduras y escudos... Se siente mas real todo cuando duele, más vívido, mas fácil de superar.
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